lunes, 15 de diciembre de 2008

Acto de fin de curso - Escuela 702

Las chicas de la unidad 33, pintando con sus voces azules inventados



Evento EnCarcelArte

Teatro Coliseo Podestá de La Plata


miércoles, 10 de diciembre de 2008

flores de libertad


Tapa de la revista editada por el Taller de Escritura Creativa de la Escuela 702
Diciembre 2008
Año 1 / Número 1

Producciones de alumnas del T.E.C., publicadas en el Nº 1 de la revista Flores de Libertad

Reina del mar











Sensualidad
Hombres
Reina.
Sensual como ella misma, en todo sentido, en todo momento.
Hombres: una creación única, sorprendente en belleza.
Reina: porque así me siento yo. Así me hicieron sentir cuando fui sensual y fui reina de los hombres.
Aunque haya sido una desdichada en el amor…
Reina del mar, porque me siento libre y con derechos.
Reina de los hombres. Pasaron por mi vida los más hermosos hombres (¡pero no buenos!).
Reina de la sensualidad, porque en todo momento -aunque no esté en el lugar adecuado- me pongo a bailar y soy el centro de atención. Subo a un micro o a un tren y todos giran para verme. Hablo y todos paran para escucharme.


Marina Román
Unidad Penal Nº 8






Con un cuchillo: se puede cortar la maldad.
Con una escalera: se puede subir al cielo.
Una estrella: descubre a las parejas escondidas.
Un edificio: mira al vecino mientras se baña.
Queremos matar: por codicia.
Queremos amar: para vivir.
Si fuera pasto: sería una cancha de fútbol, para que me pisen los hombres.
Si fuera mesa: estaría siempre servida.

Marina Román


¿Morí yo o murió él?

Que anoche morí en mi cama. Eso fue lo que soñé… Había estado leyendo un libro muy interesante de Leo Buscaglia, llamado “Vivir, amar y aprender”. Recuerdo que me transportó en el tiempo y me quedé dormida. De repente, desperté y me encontré en un mundo irreal y fantasioso. Me asusté un poco… Pero seguí mirando muy asombrada. Todo era distinto y sin sentido. ¿Sería por ese libro de Leo Buscaglia? Nunca en mi vida lo había leído. Es más, ¡no lo conozco! A pesar de esto último, sí lo había escuchado nombrar por mis amigas. Era un hombre raro; diría yo, medio loco. No tenía familia, lo habían abandonado. Quizás por eso escribía de esa forma. Pienso que el estar tan solo debe ser como estar muerto. No ser importante para nadie, ¡qué deprimente! No me gustaría estar en los zapatos de ese hombre. Quedó dormido en su cama leyendo un libro y no despertó.

Cadena de escritura
Trabajo grupal
Unidad Penal Nº 8


Sonó

Es lunes. Comienza la semana. Suena el despertador con su timbre chillón. Me levanto exaltada. Son las 8. ¡Se me hace tarde! Tengo que llegar. Ya en la calle, escucho el ruido del motor. Pero hasta que no lo vea no sé si es mi micro. Mientras espero, las voces de los niños que van a la escuela desconcentran mi atención. Al girar para observarlos, escucho la bocina de un camión que previene a las criaturas de que tal mastodonte está por cruzar.
Ya es tarde…

Gabriela Szybut


Poesía de una mujer que llora

La tarde trae recuerdos
guardados en la mente.
Añorando el regreso de su niño,
la mujer llora amargamente.
Recuerdo doloroso
y el corazón abatido.
Llora en silencio.
Llora la mujer
esperando a su hijo tan amado,
que se fue una tarde
y no ha regresado.

Alejandra González
Unidad Penal Nº 33


Como quieres que te quiera

Yo quiero decirte que te quiero. Anhelo que sepas por qué te quiero. Te quiero por tu sencillez, por tu honestidad, por tu sinceridad. Por todo eso te quiero. Y ahora que sé que sabés que te quiero, quiero decirte que esto es amor sincero.

Patricia Montania
Unidad Penal Nº 8


La casa de Amanda

La casa de Amanda era blanca. Cambiaba la cama con sábanas claras. Sentada quedaba porque estaba cansada. La luna brillaba y se reflejaba en el agua salada. Amanda hablaba con su cuñada Marta; empezaba y terminaba, mientras caminaba en el jardín de la casa.

Karina Baroni
Unidad Penal Nº 8


Sentidos

Escucho el cantar de los pajaritos y el murmullo de mis compañeras. Veo por la ventana el día soleado; está hermoso para caminar o jugar a la pelota. Escucho a la maestra cuando habla y explica. A veces escucho las voces de mis hijos, pienso mucho en ellos. Cuando tengo visita los días domingo, aprieto a mi hermano y a mis hijos cuando me hablan.

Andrea Martínez
Unidad Penal Nº 8


Declaración de principios

Las gatas que no compartan, andan haciendo cosas no gratas. Y más que gatas son ratas, porque las cosas materiales -cuando te matan- no te las llevás ni a la lata. Es mejor ser perra y no gata (ni rata). La perra es la más compañera y buena; se conforma con la agradable caricia y las ganas de estar con su alma tranquila, en armonía. ¡Qué lástima las gatas! Lo único que no le agrada a la perra es que no compartan.

Verónica Serrano
Unidad Penal Nº 8


Libertad

Nacemos y morimos en libertad. Pero a veces nos encierran sin saber que nacemos siendo libres. No podemos depender de esa pequeña palabra. Esperamos que ellos la pronuncien o la escriban en un simple papel. Pero no se dan cuenta de que sólo tienen nuestro cuerpo encerrado. Porque nuestra mente sigue estando con nuestra familia. O sea, en LIBERTAD.

Verónica Monte
Unidad Penal Nº 8


Relato en primera persona

Me llamo Mariela, tengo 35 años y cuatro hijos a los cuales no veo desde hace bastante tiempo. Me separé de su padre y hace dos años formé pareja con un muchacho más joven, que está enfermo por las drogas y el alcohol, igual que yo. Nunca buscamos ayuda pero ahora que estoy acá, él está yendo a un CPA para ver si puede arreglar su vida un poco y contenerme a mí, que estoy saturada de problemas.
Soy portadora de HIV y el papá de mis hijos vendió mi casa y se llevó a los dos más grandes a vivir a Misiones. Esta es la cuarta vez que estoy privada de mi libertad por ser delincuente. Todas las veces que salí, tuve muchos obstáculos para conseguir un buen trabajo y terminé siempre robando: lo más fácil.
Tengo a mi papá muy enfermo con presión ocular, gordura y, lo más grave, alcoholismo. Tengo dos hermanos deficientes mentales, que sé que me necesitan.
Quiero luchar y necesito fuerzas para seguir esta batalla y recuperar el amor de mis hijos. ¡Me está matando no saber nada de ellos! Y también necesito fuerzas para luchar contra esta enfermedad que se está llevando mis días…

Mariela Zelada
Unidad Penal Nº 33


Mi infancia y la escuela

Son las siete y media de la mañana. Mi padre me llama para desayunar y luego ir a la escuela. Me levanto, hace mucho frío. Tengo que lavar mi cara y mis dientes. Tomo coraje y rápido meto mis manos en el agua. Me seco, me peino y corro a ponerme el guardapolvo. El desayuno me espera en la mesa, alcanzo a tomar un sorbo y salgo nuevamente corriendo hacia la escuela.
Afuera hay mucha niebla. Mi padre me grita para que vuelva a ponerme un abrigo. Yo me quiero escurrir porque ese abrigo me da vergüenza, pero no puedo. Vuelvo, tomo mi abrigo y me encamino como todos los días hacia el mismo lugar, por las mismas calles llenas de escarcha. Después de caminar seis cuadras, llego a destino.
Ahí está, como siempre, no se ha movido para nada, con su patio de cemento y sus árboles a los costados. Ese lugar que, con el paso de los años, pasó a ser mi segundo hogar: mi escuela, mi familia.

Gabriela Szybut
Unidad Penal Nº 33
(Actualmente, en libertad)


Sueños de Libertad

¿Cómo podría ser libre si aún me encuentro presa de mi pasado? Si pudiera librarme de tanto resentimiento, de tanta nostalgia, de tantas dudas, podría encontrar un poco de tranquilidad dentro de mí y así obtener la libertad para vivir mi vida sin miedo a equivocarme.
La libertad se siente de muchas maneras. Todos somos libres para pensar, para llorar, para reír. Pero a veces uno no es libre para elegir… Cada uno es dueño de sus actos, pero a veces nos incitan a hacer cosas que jamás hubiéramos pensado. Y eso nos deriva a entrar en un mundo de esclavitud donde perdemos la libertad de elegir y hasta de sentir, para luego caer en un pozo profundo del que cuesta salir.

Gabriela Szybut


Vale la pena

¡Cómo quisiera poder recorrer el mundo,
como si fuera una luz fugaz,
y detenerme en un paisaje bello como el mar,
sin tener contrincantes con quienes pelear!
Poder hablar con las estatuas y los árboles,
volver a ser niño con la experiencia de un joven,
hasta llegar a mi vejez.
Estar contenta para vivir, sentir y demostrar que
a veces vale la pena tratar de olvidar
y aunque mi subconsciente cree un clima de guerra en mi mente,
mi naturaleza seguirá siendo la misma.
Me pregunto si estaré volando,
o tal vez nadando en ese mar tan anhelado.
Si sólo es un sueño,
espero despertar en mi hogar,
recostada en el roble que está frente a mi casa,
como pintado con lápices color marrón.
Recordando aquel paisaje correría hacia mi familia.
Con suavidad y sin asperezas,
los tomaría en mis brazos, y como una fiera
que corre por la selva, desesperada tras su presa,
con la misma pasión de supervivencia,
los elevaría al cielo ida y vuelta,
para impactarlos con su belleza.
Si me preguntan si cambiaría algo de mi vida
contestaría que seguiría viviendo de la misma manera.
Si cambiara algo, no tendría lo que hoy tengo
y estaría muriendo de tristeza.

Gabriela Szybut


Nos queda el amor

Ya ves que no soy una pesimista. Ni una desencantada, ni una vencida. A mí no me ha derrotado nadie. Y aunque así hubiese sido, la derrota sólo hubiera logrado hacerme más fuerte, más optimista, más idealista. Porque la única derrota en este mundo es de los que no conciben un ideal, no tienen un dios; de los que no ven más que el camino de su casa al negocio.
Trabajo va a tener el enemigo para desalojarme de mi campo de batalla. El territorio de mi estrategia es infinito. Y puedo fatigar y destruir a mi adversario, desarmarlo, obligarlo a retroceder por la fuerza y por el interés que no resiste mucho tiempo.
¿Y entonces? ¡Nos queda el amor guardado! Y esa es mi gran conquista. Mi ejército, invisible e invencible.

Cristina Chávez
Unidad Penal Nº 8


Él

Extraño su caminar, su silbido cada vez que llegaba a la casa, su forma de hablar -apurado, como queriendo hacerse el malo-, los ojos marrones que resaltaban en su cara, sus lunares y su mirada tan tierna. Su cabello no muy largo, renegrido, ondulado. Sus manos suaves y medianas, que acariciaban siempre a sus hijos y a mí. Lo extraño mucho. Es mi marido.

Cristina de los Ángeles Figueroa
Unidad Penal Nº 33

domingo, 7 de diciembre de 2008

Paredes

¿Acaso escribir no es un modo de conocer
la estrecha frontera que separa
la locura del in-mundo vivir que nos
propone el encierro?
Paredes y rejas nos aíslan del mundo
en el depositario. No importa.
Aquí estamos escribiendo.

Caracoles, 2005
En Guerreando por el sol
http://caracoles-en-red.blogspot.com/


Paredes que sellan destinos. Acorralan. Desalientan. Presionan. Ajustan el aire. Paredes que golpean, ensombrecen, invisibilizan. Paredes insensatas. Paredes violentas. Paredes criminales.
Dominan.
Atormentan.
Anulan.
Enloquecen.
Paredes sucias, manchadas las paredes. Paredes que contestan: ortiba puta, bichas de mierda, gorda patrullera. Paredes que gritan: te extraño guachito, Morocha sos mi vida, Yanina y Brian los amo, Jesús es tu amigo, Aguante la calle, Nunca digas nunca…
Voces de crayón en las paredes. ¡Cuidado! Escuchan las paredes.
Envilecen, maltratan, despojan las paredes de la cárcel. ¿Rehabilitan estas paredes? ¿Resocializan? ¿Reinsertan?
Paredes frías, impasibles, viejas, descascaradas. Atentan contra el sol de las ventanas enemigas. Abrigan historias de abandono.
Celebrando el encierro, las paredes custodian sigilosas unos pasillos apenas trapeados; caminos que mutilan el alma y se repiten, idénticos en su oscuridad, agobiantes, “encauzando” voluntades descarriadas. Entre el cemento despiadado de esas paredes: andares melancólicos, jirones de mujeres desahuciadas.
Paredes que distancian el Adentro del Afuera. De la pared para acá: el penoso dejarse acontecer de Ellas. De la pared para allá: los otros, el resto, el mundo, la vida.
Paredes bestiales que aplastan cabezas y agrietan corazones. Paredes que atan los cuerpos; controlan, neutralizan. Separan. Reprimen. Destrozan la dignidad humana. Paredes que embrutecen. Desesperan. Asfixian. Derriban los sueños. Fusilan libertades.
La pobreza tiene paredes. Paredes eternas, atemporales, que acaban en púas, en desidia y en muerte. Son las paredes de Marcela (y las de su bebé-destino), las de Sandra, las de Alicia, y las de Mabel -aunque ya no esté-. También las de Gladys, quien se entrega desarmada al abrazo fraterno que una extraña le ofrece como disculpa social; y las de Norma, las de Cristina, las de “la Tota”, las de “la Rosy”… Paredes sin colores, paredes tristes. Paredes que duelen. Lloran las paredes.
Paredes de noche, paredes de día. Paredes o rejas. Paredes.

Rosaura de Abajo

El desierto

Aún así –sin sonidos ni voces–
algo escuchamos que confirma
nuestra manera insensata de estar vivos:

son las flores del pensamiento
creciendo en su altura, sin descanso,
hacia el fondo insomne de nosotros.

Néstor Mux
En poema “Flores” de Como quiera que sea


Sus ojos voraces se funden en un cielo de azul terso que la ventana generosa deja ver recortado entre barrotes, como invitando a una tregua. Hundida en ese aire de éxtasis solitario, Mabel piensa en su salida y dibuja con palabras una imagen de simpleza conmovedora: “Las calles se me van a hacer anchas”.
Dentro de poco tiempo cruzará por fin “el desierto”. Después de cuatro años volverá a la vida y hará lo que pueda con lo que hicieron de ella. Su existencia-destino persistirá indeleble, inevitable, en un adentro y un afuera definitivos. Con los signos irreversibles de la pobreza tatuados en carne y alma, deberá ocuparse de los diez hijos que la esperan. Mientras tanto, desbordada de ansiedad, incansable, rescata pedazos de la mujer que fue…
En una encantadora mezcla de fábula y realidad, Mabel se concede orgullosa un pasado como bailarina al estilo de la “prostibularia” Betty Boop. Se recuerda (se sueña, se reinventa) como la vampiresa norteamericana de la década del ’30, luciendo ligas y vestidos escotados entre las babas pastosas y el humo ácido de unas noches eternas.
Y cuando las lágrimas negras de su memoria acaban por disolver los trazos débiles que forman la caricatura, se descubre en una postal infame y cotidiana. Sobre una misma mesa, el más pequeño de la familia hace la tarea de la escuela mientras su mamá, enajenada, aspira cocaína. En esa misma mesa, el niño pierde el candor y ella resiste el día.
La cadena perpetua de la marginalidad une a ambos en la basura de un futuro ya hilvanado, que se repite impiadoso hasta el infinito. Sin embargo, todavía y a pesar de todo, en Mabel sobrevive la ilusión.
Sus manos se aferran con fuerza al mate lavado como quien abraza una última esperanza. Mueve lánguidamente la bombilla. Parece ahogarse en el agua apenas tibia donde nadan sin rumbo los palitos de una yerba gastada. Y piensa.
Piensa en Jesús Su Salvación y en Jesús El Otro (un desconocido que le escribe cartas de aliento místico). Piensa en el libro que pretende publicar. En su nieto por nacer y en el varón del medio que “anda fumando paco”. Piensa en sus tres maridos muertos. En la fiesta a la luz de la luna con los amigos del barrio. Piensa en su padre alcohólico, en su madre ausente. Y en el pibe que “la gorra” le mató a su compañera de celda. Piensa en su vieja profesión y en la lucha que se viene. Piensa, incesante. Y dice:
― Quiero volver a escuchar el ladrido de un perro.

Rosaura de Abajo

Separación

El olor a guiso y mugre que llena el aire de los pasillos repugna en horas deshabitadas de la mañana. Como en una ceremonia, invariable, el guardia de los primeros hierros no devuelve gentilezas:
― ¡Buen día!
― …
― ¡Gracias!
― …
Su mutismo obstinado exaspera casi tanto como sus ojos que no miran. Si hay algo redimible en la tarea sórdida de ese hombre es, por cierto, su perseverancia. ¡Cómo mantiene disecado, indestructible, su gesto hostil! Parece salido de alguna de las aguafuertes trágicas de Arlt.
Al final del corredor principal, una puerta angosta de chapa despintada. Detrás de ella, Separación. Una covacha hedionda en medio de la inmensa jaula. Ahí transcurren sus días las mujeres acusadas de haber cometido delitos que suelen ser censurados y severamente castigados por el resto de la población carcelaria.
Sandra, es una de las “refugiadas”. La imputación que pesa en su contra es grave y justifica sobradamente el aislamiento. Sin embargo, resulta difícil imaginar que alguien como ella, de cordiales maneras y rostro sereno casi aniñado, pueda ser responsable de causar tremendas vejaciones contra su propia hija.
Una madrugada cualquiera, como muchas, como todas, Sandra despierta llorando. El recuerdo de los que no están siempre atormenta. Las sombras de la culpa nunca dejan de acechar. Y uno la ve, sola, hundida en la profundidad del desamparo, mojada por una tristeza desgarradora, y piensa qué han hecho de ella. De qué crueles bestias fue víctima antes de convertirse ella misma en fiera de semblante angelical.
Entre tanta cavilación inconducente, llega el desayuno, igualmente inservible. Dos ollas enormes de aluminio que las Bichas (perdón, las guardiacárceles) trasladan en un chango “cedido” por algún supermercado, un jarrito que hace las veces de cucharón y una bolsa de papel cargada a media asta de unos panes despojados.
Como hojas muertas que bailan con el viento los días grises del otoño, así de pronto se amontonan en la memoria fotografías de un jardín de infantes ya lejano. Con nombre y apellido bordados en hilos de colores, unos morralitos de tela –más ásperos y menos encantadores que aquéllos de la niñez– traen el pedido de la semana…
― ¡Domínguez!
El grito de la celadora marchita la imagen nostálgica.
Maquinitas de afeitar, tintura para cabello de rojos furiosos y cigarrillos. Esos son los elementos que las presas compran con su peculio mensual de entre siete y veinte pesos. ¿Pero quién es tan necio para juzgarlas por ello? Son unos vergonzosos veinte pesos. Apenas veinte pesos de libertad.

Rosaura de Abajo

La madre

Marcela lleva con esfuerzo una panza de casi nueve meses. Tiene 36 años y espera ansiosa la llegada de su primer hijo. Son grandes las probabilidades de que Jonathan nazca en la ambulancia, rumbo al hospital, ya que las madres que viven en contextos de encierro no son trasladadas a internación hasta el momento en que rompen bolsa.
Cuando eso ocurra, las emociones estallarán en el corazón agitado de Marcela. Después de catorce años de oscuridad, volverá a la calle para dar a luz. Por primera vez en mucho tiempo, la ventana de su habitación le regalará un paisaje distinto. Sentirá otros olores, abrazará otras sábanas, comerá algo más que naranjas y carne picada. Dejará de escuchar, por unos días, el ruido frecuente de las rejas que se abren y se cierran agrietando el aire. Y al regresar, indefectiblemente, su realidad habrá cambiado.
Muerde un durazno de piel fruncida y seca que alguien le pasó desde el patio. Lo muerde y lo mira como perdida en un agobio infinito. Antes de terminar el bocado, con los ojos todavía escrutando la tristeza marrón de la fruta (que es, tal vez, su propia tristeza), Marcela suspira un lamento de resignación:
― Acá lo que falta es esto. Hay veces que te dan antojos y querés comer una banana o una pera, pero acá no conseguís.
Mujer de voz mansa y andar pesado. Mujer destino. Haber cometido un crimen de sangre no es lo único que la convierte en presa respetada dentro del pabellón. Marcela está institucionalizada desde los quince. A esa edad en que la mayoría de las jovencitas todavía juegan a ser princesas, ella conoció las crueldades del desamor y empezó a sufrir los golpes que pronto marcarían el final de su niñez. Las sombras de Minoridad palidecieron sus sueños. Y así, teñida de amargura, condenada al olvido, caminó sin pausa hacia un horizonte inevitable de nostalgia y soledad, hacia esa prolongación absurda de la vida que es la cárcel.
Gira la cabeza lentamente para seguir en toda su finura el hilo brillante que surca el vidrio y dibuja manchas en su cara. Se ve la dureza de un rostro monótono, aletargado, con gesto vacío. Es el rostro del dolor. De un dolor que ya ni siquiera duele, de un dolor cansado, descolorido.
Como brotado de un capullo de candor, un comentario súbito e inesperado sacude el silencio que amodorra en las primeras horas de la tarde:
― Yo quiero escribirle una carta a la Presidenta.

Rosaura de Abajo